viernes, 9 de octubre de 2009

El reposo del guerrero



Por Emilio Marcelo Jozami
mjozami@elliberal.com.ar

Implacable cuando opina, Gerardo Romano es un actor que experimentó prohibiciones por ser, como él dice, un librepensador que no le teme a nada ni a nadie. Si bien estas características están intactas hoy, a los 61 años, el también abogado se llamó a un silencio para poder disfrutar más de la vida, de su familia y de Rita, su hija de 4 años y medio que le cambió la vida. PURA VIDA habló con este hombre, quien estuvo en Santiago presentando la obra En la cama.

Siempre fue locuaz, directo. Nunca esquivó sus responsabilidades como ciudadano comprometido. Expresaba sus opiniones sin tamizarlas, y así fue como se cosechó enemigos. Ése era el Gerardo Romano de los 80 y los 90, pero el Romano de los 2000 está más tranquilo sin que ello signifique que haya arriado las banderas.
És tiempo en que el guerrero descansa. A los 61 años de edad, lleva una vida más apacible y familiar. Disfruta tanto de las pequeñas como de las grandes cosas. Vive en plenitud y es feliz por lo que recibe de Rita, su hija de 4 años y medio.
El prestigioso actor y abogado que construyó una carrera sólida en televisión, cine y teatro vino a Santiago para presentar, en el teatro 25 de Mayo, a las 22, la obra En la cama, una propuesta desprejuiciada, divertida, irónica, feroz y dolorosa sobre los vínculos de pareja y los conflictos de cuatro personas. Estará acompañado en el escenario por Anabel Cherubito, Walter Quiroga y Lucrecia Blanco.
PURA VIDA lo entrevistó en exclusiva.
¿Qué te atrajo de La Cama por lo que decidió regresar a los escenarios?
No me fue fácil aceptar por razones particulares que no vienen al caso. Me insistieron mucho y después dije que sí porque encontré en esta obra un contenido sólido y de situaciones cotidianas. Durante mi vida como artista he tenido grandes éxitos y fracasos, pero, esta vez, no me equivoqué porque sabía que la pieza iba a ser un éxito.
¿Con qué está relacionada la gran convocatoria de público que tiene la obra?
Porque los temas que toca la trama nos abarcan a todos. Todos los seres humanos nos sentimos solos y el mundo es inhospitalario existencialmente, filosóficamente y también en lo cotidiano: desde la inseguridad hasta el miedo a perder el trabajo. Lo único que ha intentado el hombre, a lo largo de la historia, para poder compensarse de esas dificultades e inhospitalidad, es el amor, la pareja, la familia
El amor que todo lo puede y que redime…
Si eso se da comienza a funcionar la convivencia que, taimadamente, va haciendo su trabajo sin que nos demos o queramos darnos cuenta o que tengamos voluntad para enfrentarla. Va haciendo su trabajo y corroyendo los vínculos afectivos, va trabajando la razón de la pasión o lo contrario. Entonces, se empieza a entender que el amor tiene que ser divertido. Todos estos aspectos que tienen que ver con la rutina, con la proximidad y la disponibilidad del fruto y los vínculos de la pareja van siendo afectados. Ante esto siempre es preferible luchar para salvar el amor, siempre y ante cualquier circunstancia.
La vertiginosidad con que se vive hoy, ¿contribuye a esa incomunicación y falta de discusión de temas esenciales de la vida?
Además está el estrés, especialmente con el que se vive en las grandes ciudades, es un factor desencadenante de varias situaciones límite. A esto se suma la inseguridad, la anonimia y la falta de identidad. En Santiago, probablemente todos se conocen, pero en Buenos Aires, por ejemplo, pasan los rostros delante tuyo y no te saludan y no te miran. No hay ninguna devolución humana, afectiva, que uno tanto necesita.
¿Existe un remedio o una fórmula que pueda contrarrestar esta enfermedad de las sociedades modernas?
Cada uno busca la manera de encontrar un remedio para su enfermedad. Como decía el gran Atahualpa Yupanqui, “si el mundo está dentro de uno, afuera pa´que mirar…” Unos hacen una introspección y analizan su interior. Otros recurren al psicoanálisis o a terapias alternativas como puede ser la meditación. Que la pareja adhiera en su conjunto algunos de estos elementos para salvarse, es válido.
¿Cuál es la relación del público cuando, sin redes, en la obra debaten temas que se refieren al sexo, la rutina, la infidelidad, la paternidad y las obsesiones cotidianas?
En la cama es una obra bastante osada, trasgresora y audaz. El autor no se propuso hacer concesiones. Si uno busca curarse lo que debe hacer es reconocer el diagnóstico, por no mentirse. La capacidad de negación es infinita. El público tiene una capacidad de negación, con un camino asegurado, que es la risa. Se ríe muchísimo. En el escenario hablamos con la verdad sobre algo que nos resuena e identifica. Aunque algo pueda parecer medio zarpado, termina siendo casi como un agradecimiento. El público está agradecido por hablarle con la verdad sobre un tema adulto.
Son verdades incómodas, si tenemos en cuenta que tenemos una sociedad conservadora, negadora…
Si un tipo tiene cáncer le dices la verdad. No puedes empezar el tratamiento si no le explicas en qué consiste el mismo. Siempre hay que ir con la verdad porque contribuye a seguir luchando y viviendo. Mi papá, a los 67 años tuvo un cáncer de vejiga y vivió hasta los 96. Hay que tener huevo para eso, ¿no? Siempre es mejor decir la verdad. Los conflictos existenciales que determinan cómo se para uno frente a la vida, cuál es el grado de angustia o de felicidad que pueda tener, son siempre los mismos…
Ese es el punto que encontró Muscari para desnudar el alma humana…
Los temas del alma humana son siempre los mismos. El tema del amor para enfrentar a la soledad es siempre el mismo. Desde que nos damos cuenta de que estamos solos, queremos amor. ¿Sabes qué quieren los chicos? Presencia, que un adulto se siente con él y haga cualquier cosa. Lo que quiere es que un adulto le dé pelota. La vida no es fácil. Ocultar los problemas no contribuye a hacerla más fácil.
¿Por qué Muscari es tan resistido?
Porque es un cirujano sin anestesia. Eso provoca adhesión o rechazo. Los censores son unos tremendos fisgones de una realidad que sólo ellos pueden ver.

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