sábado, 20 de febrero de 2010

Crítica de la película Invictus: Mandela, capitán de la paz







Por Emilio Marcelo Jozami

mjozami@elliberal.com.ar

Invictus es un filme inspirador, reflexivo y pedagógico. Tiene en su protagonista, el ex presidente sudafricano Nelson Mandela, a un hombre que con hechos demostró que es posible vivir en paz aún cuando las circunstancias sociales y políticas le eran adversas.

Invictus no solo es una biopic sobre Mandela sino que se trata de una película que deja un fuerte mensaje que es aplicable a todos los tiempos. Su búsqueda radica en la necesidad de que los humanos nos unamos más allá de religiones y razas.

Clint Eastwood, su director, vuelve a entregarnos una verdadera obra de arte, un auténtico legado acerca de esa imperiosa y para nada imposible posibilidad de vivir civilizadamente, con tolerancia, respeto al prójimo y amor verdadero a la patria.

Basada en el libro The Human Factor: Nelson Mandela and the game that chaged the World, de John Carlin, el venerable Clint reunió a su amigo Morgan Freeman con el siempre eficiente Matt Damon para dar vida a dos líderes de un país agitado en 1995.

Freeman da con el psique du roll de Mandela y Damon con el de Francois Pienaar, el jugador de rugbier al que convocó para motivar al seleccionado de rugby de Sudáfrica y así encarar el proyecto más ambicioso de un auténtico líder: “Un equipo, un país”.

En esa alegoría se asienta la esencia de ese hombre carismático y tolerante como Mandela. En esa frase expresó lo que quería para su país: gobernar para todos en igualdad de condiciones y no conforme a los dictados verticalista de su partido.

En esa expresión sintetizó el espíritu de cuerpo que hacía falta para sacar a Sudáfrica del agujero negro en que había caído. Era necesario trabajar en equipo para emerger pero también para unir a dos etnias que se odiaban y que tantos muertos tenían.

Mandela optó por la integración y para ello se valió de la realización de la Copa del Mundo de Rugby, que se realizó en Sudáfrica en 1995. La analogía que traza entre ese seleccionado débil y ese país desquiciado y descalabrado, es sencillamente magnífica.

A partir de esta parábola, Mandela fue construyendo puentes de unión entre sectores enemistados de por vida hasta lograr que blancos y negros convivan en armonía, despojado de rencores y con la mirada puesta en el futuro.

Y la mano firme y el espíritu templado de Clint Eastwood es lo que permite reflejar esas pulsiones. Con su caracterizado estilo de filmar a lo clásico y de describir la psicología de los personajes, Eastwood nos entrega un gran entretenimiento pleno de vida.

Invictus es una película sin desperdicios desde el principio hasta el final. Emociona hasta las lágrimas y nos exige, cosa atípica en el actual cine de Hollywood, a ejercitar la memoria y a pensar que si todos tuviéramos un líder como Mandela el mundo sería otro.

El querido Clint Eastwood no se queda con las buenas intenciones. Desarrolla una historia verdadera con un realismo que supera a la ficción. Involucra al espectador en todo momento en esta vívida y épica narración. Apuesta, una vez más, a la vida.

Invictus transpira humanismo por doquier. Revela la libertad interior de un hombre que fue encarcelado durante 27 años y que después de ser liberado y ungido posteriormente como Presidente, abogó por los derechos humanos de todos y no de un sector.

La reconciliación y el perdón son dos ejes temáticos de este filme convencional en su estructura pero potente en su mensaje. La redención sobrevuela en esta composición fílmica que es una poesía, como el poema victoriano que inspiró a Mandela en la cárcel.

En tiempos del despiadado Apartheid apareció este gran líder para erradicarlo. Y lo consiguió con convicciones y con la certeza de que pacificar las almas era una política de Estado. Pacificó y ganó sin necesidad de venganzas ni discursos bélicos.

“Yo soy el amo de mi destino. Yo soy el capitán de mi alma”, dice el poema inglés que inspiró a Mandela en la cárcel. Así se sintió en la cárcel y cuando dirigió los destinos de su país. Freeman le dio la dimensión humana a ese Mandela líder y ser humano.

Eastwood, sin eufemismo, no ocultó en Invictus su fascinación por ese ser humano que concebía al perdón como una liberación del alma. Clint se valió de recursos nobles para darle todo el verismo que necesitaba esta magnífica obra fílmica.

No escatimó gastos. Se fue a Sudáfrica para rodar en los lugares donde transcurrió la historia y hasta recurrió a actores sudafricanos. Todo está en su justa medida, desde el real escenario donde se disputó el campeonato de rugby hasta la música.

Y en la elección de las partituras estuvo Kyle Eastwood, el hijo de Clint. Con el predominio de los ritmos tribales, Kyle le da la ambientación necesaria a esta película que es una oda a la vida, un canto a la tolerancia y una declaración de amor a la paz.

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