Por Emilio Marcelo Jozami
mjozami@elliberal.com.ar
Da gusto escuchar La Venganza será terrible, pero más placentero es conversar con su conductor, Alejandro Dolina. Encontrarlo puede resultar una odisea pero, como en la vida las casualidades suceden, uno puede acceder a él sin muchos prolegómenos.
Eso es lo que ocurrió con EL LIBERAL. Caminando por calle Corrientes al 1283, encontramos a este filósofo urbano que enamoró a millones de argentinos por generaciones.
En directo, con entrada libre y gratuita, desde la sala Multiteatro, transmite, de martes a sábados, a las 24, por AM 8,70 su legendario programa La venganza será terrible.
Desde su creación, hace más de veinte años, se ha mantenido al frente de las mediciones de audiencia sin abandonar ese puesto ni un solo día.
El programa se realiza con la presencia de público, compuesto principalmente por jóvenes estudiantes, o docentes, o personas vinculadas con actividades del pensamiento. El contenido es humorístico, pero registra como sección central una charla acerca de asuntos relacionados con el arte, la historia, los mitos, la ciencia, y otras áreas de la cultura.
El programa tiene una breve sección musical donde los conductores cantan y ejecutan instrumentos. A menudo, participan cantantes de renombre. También, se han hecho a lo largo de estos años breves comedias musicales, de unos veinticinco minutos de duración, escritas especialmente para la radio e interpretadas por figuras consagradas.
Han actuado en el programa Joan Manuel Serrat, Mercedes Sosa, Jairo, China Zorrilla, Jaime Torres, Julia Zenko, Juan Carlos Baglietto, Esther Goris, Jorge Luz, Víctor Heredia, Guillermo Fernández, Cecilia Milone, Suma Paz, Juanjo Domínguez, etc.
Más que un programa de radio convencional, La venganza será terrible es una pequeña experiencia teatral cotidiana. Ir al programa es ya una tradición juvenil, de modo que el clima en que se desarrolla forma parte de la dotación artística de La venganza será terrible.
Tras presentarnos, al final de su programa (a las 2 de la madrugada), Dolina habló de todo, particularmente del falso documental Recordando el show de Alejandro Molina, que escribió, junto a sus hijos Martín y Ale, para el canal Encuentro y que dirigió Juan José Campanella. Este serie está compuesta de trece capítulos de media hora de los cuales participaron, además de los Dolina, Gillespi, Coco Silly y Gabriel Rolón, entre otros.
¿Qué te llevó a realizar el guión para la miniserie que emitió el canal Encuentro y que dirigió el notable Juan José Campanella?
Fue una idea pequeña, y sigue siéndolo. Yo tuve la suerte de que intervinieron y participaron en el proceso creativo otras personas, como por ejemplo Juan José Campanella y mis hijos Martín y Alejandro. Ellos convirtieron en documental lo que, inicialmente, iba a ser un micro donde iba a haber solamente una charla y una canción. De esta manera, hicieron que la charla y la canción fueran parte de un programa que recordábamos.
Des esta manera, no sólo abarataron costos sino también profundizaron en el guión
Entonces, como lo recordábamos ya no era tan costoso y podíamos inventar de que el programa no durase cinco minutos, como se pensó originariamente, sino todo el tiempo que nosotros quisiéramos. También le inventamos una historia ficticia y le agregamos testimonios y cámaras sorpresa. Así fue como la historia se hizo más interesante. Yo debo agradecer ese vuelco del proyecto, que era humildísimo, a muchísima gente.
¿Hacer este tipo de productos es fruto de una apertura que hay en la TV y, además, con un Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales que apoya estas iniciativas?
Yo no lo creo, sinceramente. Nosotros hemos hecho este programa con el apoyo de Encuentro, que es un canal muy interesante en sus contenidos, y con un presupuesto muy bajo. Hemos perdido dinero en esto, y con mucho gusto. En que se va a gastar uno la plata sino en hacer algo que a uno lo divierta. El programa es lo que es, no es un negocio y no ha tenido mucho apoyo que digamos. De hecho, se lo está pasando por la Televisión Pública y no percibimos ninguna clase de remuneración. En este caso puntual, no veo que vaya de la mano de un apoyo, que existirá en otros casos, pero que en este puntualmente no existió.
¿Qué hace Dolina para seguir en la consideración tan excelsa que tiene el público de usted?
No sé. Yo creo que todavía no he llegado a ninguna parte. En tal caso, mantenerme es relativamente fácil porque no he hecho tanto. El que poco tiene también gasta poca energía en mantenerlo. No tengo más que esto (por La venganza será terrible), que es un programa hermoso, que a mí me hace muy feliz y muy dichoso. Es un programa de radio y, si se quiere, en un horario marginal (de 24 a 2 de la madrugada). Tampoco cuesta mucho conservarlo porque no sé si alguno lo quiere.
Escritor, músico, poeta, dueño de una inteligencia superlativa y de un humor, valga la redundancia, inteligente, Alejandro Ricardo Dolina se considera un no profesional. Con este prestigioso comunicador también hablamos acerca, como él lo define, del arte de la impostura, la ética, las estéticas y la responsabilidad del artista.
¿Te consideras un orfebre en todo lo que haces?
Orfebre es demasiado. Me gusta el no profesionalismo. El profesionalismo garantiza, eso sí, una eficacia en el trabajo, un piso pero, en cierto modo, elimina muchas posibilidades de heterodoxia. El profesional está sujeto a intervalos regulares, a plazos, a formatos. En cambio, el que no es profesional trabaja cuando tiene ganas, cuando le sale; no digamos cuando no está inspirado pero sí cuando un proyecto se le torna. En tanto, el profesional, con una eficacia que es deseable, también nos remite a unos caminos de recetas seguras. No digo el aficionado sino el no profesional suele evitar este tipo de caminos. Me refiero a esas avenidas centrales de la comodidad artística.
Usted, siempre, ha hablado de lo que es el arte de la impostura. ¿Desde qué plano lo proyecta en estos tiempos a esa expresión?
El arte de la impostura es una nota que yo escribí acerca de ciertos foros de la civilización contemporánea que nos lleva a disfrazarnos. Eso ha sucedido siempre. Después de todo, uno se disfraza ante uno mismo. Vaya a saber si yo no soy un impostor ante mí y si estoy fingiendo ante el espejo para verme yo de distinta manera a lo que soy. Cada uno de nosotros, a veces, representa un personaje y muchas veces lo representa para uno mismo, para creerse mejor, para creerse más digno. El famoso caso del tipo, esto se llama auto conmiseración, que lo deja una novia y que a partir de allí comienza a construir una tristeza y, a veces, la está construyendo para él, para creer que puede estar triste, para creer que es sensible. Son casos que se dan de mil maneras distintas. No tengo nada particular que decir.
¿Qué le refleja el espejo de la vida cada vez que realiza una introspección?
Refleja mi alma. Todo lo demás lo ponemos nosotros. La realidad, si no estuviera subrayada y enfatizada por nuestro pensamiento, sería imposible de descifrar o nos diría nada. La realidad habla porque nosotros la hacemos hablar. El espejo está ahí, es una cara. Por ahí, uno, mira, siente que le han pasado cosas, hace rimar sus arrugas con tiempo y hace rimar las cejas inclinadas con la tristeza y la semi sonrisa con el desengaño pero, eso, es pensamiento puro. Ese no es el espejo sino el pensamiento.
¿Es sólo pensamiento cuándo todo un pueblo acompaña a un filósofo urbano cómo usted y lo erigen como “la voz de los que no tienen voces”?
Agradezco a quienes dicen demasiado de mí. Yo soy uno que hace cosas por radio y nada más. Ojalá que algunos se entretengan con esto o que algunos se despierten en este sentido: suscitar quiere decir también resucitar o despertar. Despertar no significa escuchar este programa (por La venganza será terrible) sino, por ahí, oír que decimos algo y concluir:”Ah, mirá, este nombró a un tipo. Me voy a comprar un libro y me voy a leerlo”. Eso es lo más que podemos aspirar. Recomendar instancias superiores, eso sí.
¿Es usted un buceador incansable de las cosas que hacen a la existencia humana o encuentra en la simpleza de las palabras un razonamiento lógico para tratar de explicar la complicada trama de la vida?
No tengo más remedio que seguir buscando incesantemente por que nunca encuentro. El que deja de buscar es porque encontró la razón de vivir o por que no le importa encontrar nada. Entonces, mi destino no es virtuoso sino fatal. Busco porque no encuentro y por que no puedo estar sin buscar y porque necesito. Entonces, uno golpea puertas y casi todas están cerradas y no sale nadie pero golpea.
¿Qué tipo de puertas golpeó y cuáles fueron las que se cerraron?
Todas, y casi siempre todas las puertas están cerradas. Algunas se me abren en la vida. No todo el mundo encuentra enseguida el cumplimiento de cada deseo. Golpear una puerta es también deseo. A veces se abren y a veces no. Por eso es deseo. Si todas las puertas se abrieran el deseo no tendría tensión. Ya no habría necesidad de golpearlas.
Cuando tenía 22 años, había abandonado la carrera de Derecho y estaba desempleado. En una fiesta, conoció a Manuel Evequoz, quien interesado por la fina inteligencia y el humor de Dolina, trabó amistad y le consiguió trabajo en una agencia publicitaria. Esto supuso su introducción en los medios de comunicación y el descubrimiento de su vocación.
No es partidario de dar mensajes, mucho menos si estos son requeridos en tiempos electorales. Cuando se le solicitó uno para el pueblo argentino que hoy volverá a las urnas para elegir a un nuevo Presidente de la Argentina, destacó:”No me gusta dar mensajes. Yo no soy quien para dar consejos a nadie. La situación política que vive el país es lo suficientemente clara. Las diferencias están marcadas con nitidez. La gente sabrá a quien votar, a qué proyecto apoyar. Mi consejo es que no hagan caso de consejos, que voten a sus intereses, a quienes se les parecen”.
Has marcado a varias generaciones y, aunque no quieras admitirlo, supiste dar consejos en momentos oportunos y orientar. Concretamente, ¿la responsabilidad se te vuelve una pesada carga en algún momento de su vida?
La responsabilidad, me parece a mí, más que hija de mis consejos o de mí supuesta condición de referente público, es una responsabilidad artística. El artista que está frente a un micrófono, una cámara o escribe, si tiene una responsabilidad que, en principios, parece estética solamente pero que, estoy convencido, existen territorios donde la ética y la estética, digo yo, se confunden en su definición.
¿Por qué es tan determinante en este concepto sobre la convivencia entre la ética y la estética?
Por que algunas resoluciones estéticas pueden ser éticamente censurables. Aquél que renuncia a dar lo mejor de sí para dar lo que supone que la gente pide y para lo que fácilmente complace, ese es un canalla. Entonces, la responsabilidad del artista es como decía el arquero Antonio Roma “atajar cada vez mejor”. De esta manera, hacer su arte, su escritura, su música, su literatura lo mejor que pueda y cumpliendo con su propia alma y no con las exigencias del mercado. Eso es lo que me parece a mí lo que tiene que ser un artista. Después, que diga la verdad, es inevitable. Por que si un tipo hace eso lo que yo acabo de decir no puede mentir. Más fácil será que mienta el que está sujeto al ajeno arbitrio. Si usted hace cosa para que les guste a los demás es ahí donde miente. Si uno hace lo que humildemente le gusta a uno no miente nunca.
¿La televisión, particularmente, está llena de esos canallas a los que refiere?
No lo sé.
¿Le molesta el tipo de televisión abierta que hay en el país?
No me molesta, no me gusta, no la comparto y no es para mí. No me molesta en absoluto porque puede ser que mucha gente encuentre en ella un entretenimiento legítimo. A mí, el tipo que cuenta chistes verdes y que le gustan a él y le hacen reír a él me parece que está bien. Es una cosa popular. El malo es el tipo que pudiendo hacer cosas más complejas se hace el sencillo para mejor vender. Esa es una forma de mentira.
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