CINE:
CRÍTICA
“El hilo rojo”: mucho ruido y pocas nueces
El promocionado filme, con el romance de Benjamín Vicuña y Eugenia “China” Suárez, sus protagonistas, fuera del set, deja mucho que desear. De buenas intenciones pero de una previsibilidad y liviandad abrumadora en el tratamiento de temas complejos. Y, seguramente, el mediático noviazgo es lo que llevará gente a las salas.
Por Emilio Marcelo Jozami @emiliojozami
“El hilo rojo” es una película
predecible. No hay nada nuevo acerca de lo que ya se haya dicho sobre amores
furtivos. Daniela Goggi, su directora, tiene muy buenas intenciones de hacer
una película para que el espectador reflexione sobre temas tan complejos como
el destino, el deseo, la infidelidad y las culpas, entre otros.
Lamentablemente, el sano propósito de Goggi muere en el intento y la historia, contada en base a un guión, que luego se convirtió en el libro homónimo de la guionista y dramaturga argentina Erika Halvorsen, termina dispersándose sin encontrar el norte que oriente y fundamente la esencia de esa relación tan especial, y sexual, que se establece entre Manuel y Abril, los personajes interpretados por Benjamín Vicuña y Eugenia “China” Suárez.
En “El hilo rojo” no hay giros sorprendentes que le permitieran dar más brillo a un argumento lineal, monótono y anodino. De no ser por las muy buenas y necesarias dosis de humor y el evitar caer en excesos dramáticos, la película naufragaría por completo.
En “El hilo rojo” hablan los cuerpos, con un erotismo a flor de piel. Es un lenguaje que Goggi aprovecha al detalle en la agraciada anatomía de la “China” Suárez. A la actriz, a quien ya dirigió en “Abzurdah”, no le mezquina tomas para mostrar, en forma sugerente en algunos planos, esa belleza inconmensurable que enamoró a Vicuña en el plató como en la vida misma y provocó la ruptura con su esposa, Carolina “Pampita” Ardohain.
Y como una bitácora de su propia vida, de sus deseos, en el muslo derecho de Abril está estampada la palabra “Maktub”, que en árabe significa, palabras más palabras menos, “está escrito”. Y es precisamente con esta frase la que se quiere justificar la tensión dramática de la relación entre los personajes del actor chileno y la modelo argentina. Sumado a ella hay otras frases escritas en los brazos de Suárez que en la ficción tiene el apellido árabe Saiegh.
Y es en árabe que una mujer anciana, sabia y contemplativa, cuando los ve junto en un mercado artesanal de Cartagena de Indias (Colombia) les dice que “un hilo rojo invisible conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, sin importar el tiempo, lugar o circunstancias. El hilo rojo se puede estirar, contraer o enredar, pero nunca romper”. Pero, tanto “Maktub” como la intervención de esa venerable anciana más parece puesta a propósito para justificar el título que otra cosa.
La directora respeta el manual de estilo de la comedia romántica: dos personas se conocen, bromean entre ellas, pero a pesar de la atracción obvia para la audiencia no se ven románticamente involucrados por algún tipo de factor interno o por una barrera externa (uno de ellos tiene una relación amorosa con otra persona, por ejemplo). En algún momento, después de diversas escenas cómicas, ellos se separan por alguna razón. De todos modos, se toma algunas licencias con las cuales gana puntos.
“El hilo rojo” quiere ser una comedia romántica sofisticada, al estilo de las que hacía el director y productor norteamericano Samuel Billy Wilder. “El hilo rojo” no es “Antes del amanecer” ni tampoco “Antes del atardecer y “Antes del anochecer”, todas ellas del cineasta y guionista norteamericano Richard Linklater.
Suárez y Vicuña no son Céline (Julie Delpy) y Jesse (Ethan Hawke) de las historias románticas de Linklater sino se parecen, sin la virulencia de la trama de ese filme, a Brad Pitt y Angelina Jolie en “Sr. y Sra. Smith”, película donde Brad y Angelina se conocieron y se gestó el amor, tan mediático como “la palta y una manta amarilla de Nepal” de la “China” cuando quiso eludir lo que ya era un secreto a voces: la denuncia de “Pampita” de lo que había visto en el motorhome en los días en que se rodaba “El hilo rojo”.
En esta película argentina, donde los protagonistas se debaten entre el amor y la virtud o el tener que escoger entre dejarse llevar por ese “hilo rojo invisible” o hacer lo correcto, tampoco son Humphrey Bogart y Lauren Bacall. Esa obsesión por el cigarrillo del enólogo que compone Vicuña no se asemeja en absoluto a ese galán poco convencional que hacia Bogart con su estilo insolente y su infaltable cigarrillo entre sus dedos.
La construcción de la azafata de Suárez y el enólogo de Vicuña tiene solo chispazos, pero carecen de profundidad en las caracterizaciones. En cambio, para destacar los trabajos del español Hugo Silva como el marido engañado de Suárez, y el de Guillermina Valdés como la esposa de Vicuña. Aunque, por momentos, le cuesta resolver actoralmente cuando su personaje descubre la infidelidad de una manera increíble, el resto del trabajo de Valdés está muy bien.
Por parafrasear al bardo popular inglés, William Shakespeare, “El hilo rojo” es mucho ruido y pocas nueces.
Lamentablemente, el sano propósito de Goggi muere en el intento y la historia, contada en base a un guión, que luego se convirtió en el libro homónimo de la guionista y dramaturga argentina Erika Halvorsen, termina dispersándose sin encontrar el norte que oriente y fundamente la esencia de esa relación tan especial, y sexual, que se establece entre Manuel y Abril, los personajes interpretados por Benjamín Vicuña y Eugenia “China” Suárez.
En “El hilo rojo” no hay giros sorprendentes que le permitieran dar más brillo a un argumento lineal, monótono y anodino. De no ser por las muy buenas y necesarias dosis de humor y el evitar caer en excesos dramáticos, la película naufragaría por completo.
En “El hilo rojo” hablan los cuerpos, con un erotismo a flor de piel. Es un lenguaje que Goggi aprovecha al detalle en la agraciada anatomía de la “China” Suárez. A la actriz, a quien ya dirigió en “Abzurdah”, no le mezquina tomas para mostrar, en forma sugerente en algunos planos, esa belleza inconmensurable que enamoró a Vicuña en el plató como en la vida misma y provocó la ruptura con su esposa, Carolina “Pampita” Ardohain.
Y como una bitácora de su propia vida, de sus deseos, en el muslo derecho de Abril está estampada la palabra “Maktub”, que en árabe significa, palabras más palabras menos, “está escrito”. Y es precisamente con esta frase la que se quiere justificar la tensión dramática de la relación entre los personajes del actor chileno y la modelo argentina. Sumado a ella hay otras frases escritas en los brazos de Suárez que en la ficción tiene el apellido árabe Saiegh.
Y es en árabe que una mujer anciana, sabia y contemplativa, cuando los ve junto en un mercado artesanal de Cartagena de Indias (Colombia) les dice que “un hilo rojo invisible conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, sin importar el tiempo, lugar o circunstancias. El hilo rojo se puede estirar, contraer o enredar, pero nunca romper”. Pero, tanto “Maktub” como la intervención de esa venerable anciana más parece puesta a propósito para justificar el título que otra cosa.
La directora respeta el manual de estilo de la comedia romántica: dos personas se conocen, bromean entre ellas, pero a pesar de la atracción obvia para la audiencia no se ven románticamente involucrados por algún tipo de factor interno o por una barrera externa (uno de ellos tiene una relación amorosa con otra persona, por ejemplo). En algún momento, después de diversas escenas cómicas, ellos se separan por alguna razón. De todos modos, se toma algunas licencias con las cuales gana puntos.
“El hilo rojo” quiere ser una comedia romántica sofisticada, al estilo de las que hacía el director y productor norteamericano Samuel Billy Wilder. “El hilo rojo” no es “Antes del amanecer” ni tampoco “Antes del atardecer y “Antes del anochecer”, todas ellas del cineasta y guionista norteamericano Richard Linklater.
Suárez y Vicuña no son Céline (Julie Delpy) y Jesse (Ethan Hawke) de las historias románticas de Linklater sino se parecen, sin la virulencia de la trama de ese filme, a Brad Pitt y Angelina Jolie en “Sr. y Sra. Smith”, película donde Brad y Angelina se conocieron y se gestó el amor, tan mediático como “la palta y una manta amarilla de Nepal” de la “China” cuando quiso eludir lo que ya era un secreto a voces: la denuncia de “Pampita” de lo que había visto en el motorhome en los días en que se rodaba “El hilo rojo”.
En esta película argentina, donde los protagonistas se debaten entre el amor y la virtud o el tener que escoger entre dejarse llevar por ese “hilo rojo invisible” o hacer lo correcto, tampoco son Humphrey Bogart y Lauren Bacall. Esa obsesión por el cigarrillo del enólogo que compone Vicuña no se asemeja en absoluto a ese galán poco convencional que hacia Bogart con su estilo insolente y su infaltable cigarrillo entre sus dedos.
La construcción de la azafata de Suárez y el enólogo de Vicuña tiene solo chispazos, pero carecen de profundidad en las caracterizaciones. En cambio, para destacar los trabajos del español Hugo Silva como el marido engañado de Suárez, y el de Guillermina Valdés como la esposa de Vicuña. Aunque, por momentos, le cuesta resolver actoralmente cuando su personaje descubre la infidelidad de una manera increíble, el resto del trabajo de Valdés está muy bien.
Por parafrasear al bardo popular inglés, William Shakespeare, “El hilo rojo” es mucho ruido y pocas nueces.